Análisis político: el porteño de Madero

Cada vez que el presidente Fernández la emprende contra CABA hace alusión a su condición de porteño como si eso le diera alguna clase de derecho o garantizara que no le fuera a hacer mal, cuando a las claras esa es su idea. “Soy porteño y me peleo mucho con mi ciudad”, se lo oyó hace unas horas en referencia a la quijotesca (y zanjada por el Tribunal Supremo) de no devolverle la coparticipación a la administración Larreta. O el clásico: “La ciudad debe dejar de lado su opulencia”, que de boca de un antiguo vecino de Puerto Madero suena algo hipócrita. Al menos no parafraseó a CFK y los helechos que engalanan la 9 de Julio. ¿Será una aspiración oligarca querer que las calles tengan luminarias y vegetación? Frente a la cultura del pobrismo pareciera que sí.
Lo que verdaderamente arrastra Fernández es la vergüenza y el odio del que fracasó con la mejor mano de su vida. Él, que siempre se jactó frente al pingüino de su ascendencia y saber porteño, no logró vencer a Macri en su hora más baja. El ganador de la presidencial de 2019 perdió en la metrópoli por excelencia por 17 puntos. 35,46% vs 52,64%. La ponzoña, imposible de extirpar, viene por ese lado: el ciudadano de la capital nunca creyó el relato, la doble vara o la creación de enemigos irreales; de ahí que Máximo suele mostrarse despectivo hacia esos votantes. Uno podría creer que Fernández ya no regurgita bilis como cuando de manera inconsulta y artera amputó un punto de la coparticipación de CABA, unos 30.000 millones de pesos anuales, para direccionarlo a Kicillof que la tenía negrísima con un reclamo salarial de sus uniformados. Pero la verdad es que el monstruo de dos cabezas no es de perdonar. La poda de 2020, la ejecutó con gusto. El profe se sentía fuerte por su alta aprobación y CFK porque el elegido seguía sus lineamientos.
Al Alberto de hoy, que malvive en las profundidades de la consideración popular, le crecieron nuevos cojones a partir del renunciamiento de CFK. De alguna surreal manera siente que se le abrió un pasaje. Puede competir contra los desconocidos de La Cámpora y se le anima a su ministro estrella. Y para granjearse el beneplácito de la dueña, el mandatario elige la vía del forajido, del que amenaza dinamitar el imperio de la ley. ¿Cuántos de esos ladridos acabaran en mordidas? Ninguno. No podrá llevar a los Supremos a ningún juicio político.
Dilatará hasta el extremo, pero acabará pagándole a CABA. Y lo mejor, no podrá (y no querrá) torcer, amañar o influir en ninguno de los juicios que penden de Cristina. No hace falta del don de la erudición para conocer el reprobado que se le viene al antiguo operador de los Kirchner. Él lo sabe, pero ese no es el punto, el plan es no alejarse ni un milímetro del famoso capital simbólico. Ese núcleo que ve con alegría romper con el Fondo, no aceptar fallos judiciales y tirarle 14 toneladas de cascotes al Congreso. Casualmente, ese brazo ejecutor es el que más lo desprecia, el que nunca legitimará su liderazgo; no le importa. Con que la línea de votantes que viene por debajo de los radicalizados sí lo escuche, o al menos lo consideren una opción, el abogado que pretende romper con el Estado de Derecho se da por satisfecho.
Lo que sí es claro es que va por la reelección, así de género grotesco. Y lo más osado que hará, además de no tomar decisiones y desdecirse, será que no irá por los electores del medio. Se montará sobre los tacos de Cris, va a tirotear a la Justicia y va a ser más kirchnerista que Copani.
El virus se habrá hecho del huésped.
Por: Esteban Fernández