Análisis: diez años después

Cuatro días antes de que lo asesinaran, Nisman denunció a Cristina Fernández de Kirchner, al excanciller Timerman, al cuervo Larroque, a D’Elía a Esteche y a otros por encubrir a los iraníes acusados de ser los autores ideológicos del atentado contra la AMIA. El lunes siguiente a su muerte, iba a presentarse ante el Congreso con la documentación del caso.
Desde hacía tiempo, el fiscal era objeto de espionaje. Esa información fue esencial para que el plan homicida y su ejecución pudiesen llevarse a cabo en la estrecha ventana de cinco días; con la complicación de que se trataba de un funcionario federal con custodia y había que pasarlo por suicidio. En el apuro, los perpetradores no lograron que Nisman empuñara la pistola que lo mató y que Lagomarsino les había proporcionado. Luego, el relato oficial se encargaría de articular las falsedades necesarias para apuntalar el “suicidio”. De eso dependía el éxito detrás del magnicidio. Si del minuto uno no se hubiese inseminado la idea de la muerte por mano propia, la sociedad y especialmente la justicia hubiesen virado hacia la jefa y su banda. Solo esa pequeñez se jugaba. Entonces, quién, más que el Estado omnipotente, pudo haberlo orquestado.
En rigor, el homicidio de Nisman no buscó ocultar una verdad inconfesable. El propósito fue detener lo que vendría si el fiscal imputaba a CFK por traición a la patria. En sus palabras: “El plan de impunidad pergeñado por la presidenta incluyó un cambio de hipótesis y un redireccionamiento de la investigación judicial del caso AMIA hacia nuevos imputados, fundado en pruebas falsas y destinado a desvincular a los acusados iranies”. Y todo porque Argentina, fruto de la rapiña K, padecía de un déficit energético de unos 15 mil millones de dólares e Irán con su petróleo y sus pocas preguntas parecía el socio ideal, salvo porque se trataba de un partner terrorista. La “urgencia energética” del país, “el anhelo por restablecer plenas relaciones comerciales” y “una visión geopolítica de acercamiento” hacia Irán fue determinante para que Fernández de Kirchner “tomara la aciaga decisión de llevar adelante este plan de impunidad”, dijo Nisman la semana previa a que lo emboscaran en su departamento.
Quién fue. Difícilmente se llegue a los autores materiales. Es muy probable que anden bajo tierra o desaparecidos en acción. De eso se trata un encubrimiento. Sí se sabe que hubo un centenar de espías de la ex SIDE en las cercanías de Puerto Madero y que hicieron de domo de contención para que los perpetradores se movieran sin percances y para que luego tuvieran la vía de escape directo al extranjero.
El control de daños que creyeron haber logrado con el magnicidio no fue tal. Durante el último diciembre, la Corte Suprema de Justicia falló que la antigua presidenta y toda la pandilla se las verán en un juicio oral por el encubrimiento agravado del atentado contra la AMIA.
La denuncia de Nisman (guiño, guiño).
Por: Esteban Fernández