Análisis político: cuándo supo CFK que quisieron matarla
“Cuando vine acá luego de salir del Senado la gente me estaba esperando a la salida de casa con cánticos, apoyo y libros para firmar”, declaró Fernández de Kirchner durante la testimonial frente a la jueza federal Capuchetti. Esto ocurrió el viernes 2 de septiembre, el día siguiente al atentado. “Cuando bajo, hago un trayecto y la gente se forma en un semicírculo sobre la calle Juncal. Yo comienzo a caminar, saludo a la gente y muchos de ellos traen libros para que se los firme. Cuando estaba dando la vuelta por la calle Juncal, veo que alguien revolea un libro”. Primer dato: en los vídeos, hay uno que sigue todo el trayecto de espalda a la vice en una toma amplia, no se registra la aparición voladora de ningún ejemplar de Sinceramente. Tampoco se ve, al menos en esa parte de la caminata, que los fanáticos lo tengan en sus manos. Lo peculiar es el ahínco de CFK por introducir el tema repetidas veces antes de llegar al momento. “Es la primera vez que me pasa desde que presenté el libro. Nunca me pasó que revoleen un libro. Cuando pasa eso, me agacho a agarrarlo. Cuando me levanto, veo que se arma un tumulto de personas que agarran a una persona. Ahí recordé que el día anterior un repartidor había agredido a uno de mi custodia y pensé que era un caso similar” Luego, siguió autografiando su obra y entró al domicilio.
En la misma captura documental que mencionamos con anterioridad, y que registra la acción desde atrás en diagonal, se pueden contar los 20 exactos segundos, luego de la gatillada, que CFK permanece estática frente al revuelo, la muchedumbre que grita: “Un arma”. “Tiene un arma”; y su agente de seguridad (pelo cano, traje y corbata azul y camisa celeste) que se interpone entre ella y los demás mientras vocifera, a dos centímetros de su cara, mucho más que un “vamos, vamos”. Pensémoslo: todos los que declararon (el secretario, el comisario y el personal de seguridad) de una u otra manera supieron del tema in situ y no estaban en el lugar de privilegio de la expresidenta. Ella, que pasó la eternidad de 20 segundos hasta que atinó a moverse, no escuchó ni vio nada. Es más, fue tanta su ignorancia que, de acuerdo con su declaratoria, solo se enteró del magnicidio marrado cuando vio las imágenes por televisión, unos diez minutos después. Nadie, en ese lapso, se dignó a decirle. A menos de que supieran que ella ya estaba al tanto. Qué es más lógico. ¿Enterarse en esa decena de minutos posterior al golpe o que la vice haya atravesado el tiempo en una burbuja de inconsciencia mientras firmaba a destajo todos los libros que le acercaban? Amén del dato fílmico: los 20 segundos que estuvo en primera fila observando (no firmando) al tiempo que apresaban a Montiel y el arma yacía a menos de medio metro de ella. Tal vez, debería haber utilizado la vista de lince que le permitió detectar el ejemplar caído para hacer lo propio con la Bersa a escasos palmos. De todo ese caos y con los sentidos bien aguzados, la vice solo registró que probablemente había ocurrido un altercado con alguien de su seguridad. Vaya lectura que no se condice con su agudeza de observación.
En otra parte del testimonio, refiere: “Cuando pasa eso (el revoleo del libro), me agacho a agarrarlo. Cuando me levanto, veo que se arma un tumulto de personas que agarran a una persona”. Si seguimos sus dichos, primero se habría agachado y luego habría ocurrido la detonación y el amontonamiento. En ninguno de los dos vídeos que circulan, el que la toma de frente como una subjetiva del perpetrador y al que nos referimos en el artículo, se nota ese orden de sucesos. En ambos ángulos Cristina está de frente a la pistola (no inclinándose) cuando Montiel martilla dos veces. De ahí, el gesto reflejo de cubrirse, que hace con la mano, y de desviar la mirada e irse hacia abajo. En ese instante, vio el libro por primera vez, se relajó porque no había oído el disparo, y se incorporó con la coartada en la mano como si nada hubiese ocurrido. O casi, tardó 20 segundos en reaccionar.
¿Qué sentido tendría falsear los hechos? En principio, la negación es un mecanismo de defensa. Si no lo vi, no sucedió y no debo explicaciones. Hacia el ejecutor, podría funcionar como una manera de no darle ínfulas y entidad al acto. Por otra parte, y a los fines de la narrativa, es menos engorroso y traumático pasar por despistada que hacerse cargo del terror propio, del qué dirán, las lecturas ad hoc. ¿Qué sintió cuando supo que le iban a disparar en la cara? Aunque parezca burdo y excesivo, a eso se hubiese visto expuesta en caso de reconocer el magnicidio en tiempo real. No descartaría que su tendencia a la megalomanía, a creer que nada podía ocurrirle junto a la militancia hayan jugado un rol clave en el proceso de represión y resistencia. De cualquier manera, no es nuestra intención ahondar en el porqué. Es un saber conjetural al que llegamos a través de indicios. Y en el caso de la expresidenta, aún más difícil.
¿Qué puede aportar a la investigación que CFK lo haya sabido desde el minuto cero? Para empezar, los que investigan ya lo notaron. Basta con hacer una mirada abstraída y desprejuiciada de las capturas documentales para notar las inconsistencias, los tiempos, cómo fue el orden de sucesos, cuál era la postura del atacante y de la víctima, por qué se cubrió con la mano. En fin, todo aquello que hace a la reconstrucción del delito. De seguro, esto no es algo que la justicia considere que deba saberse en esta instancia; y menos si contradice el testimonio de quien la vivió en primera persona. Pero eso no significa que todos debamos avenirnos. No podemos reconstruir el contrato social roto, como pidió Cristina en su primera aparición pública, si al momento del inicio lo hacemos con una versión edulcorada, ingenua y conveniente de los hechos.
Que al menos esta vez, el cuento no nos lleve puestos.
Por: Esteban Fernández