Análisis político: el fraudulento Evo
¿Cuándo comenzó la serie de eventos que llevaría a la condena y a prisión por más de 10 años a la expresidenta interina de Bolivia Jeanine Añez? El 20 de octubre de 2019. Ese día, Evo Morales, luego de una serie de subterfugios legales para poder presentarse como candidato, buscaba su cuarta reelección presidencial. Ese día, el líder del MAS cometió uno de los fraudes electorales más viles de la historia latinoamericana.
En medio del conteo y cuando los guarismos lo daban por detrás de su contrincante (Carlos Mesa), el democrático Evo apagó el sistema de información y para cuando volvió a subir la palanca él era el triunfador. De acuerdo con el informe de la OEA, que fue veedor del proceso eleccionario, el exmandatario cometió una serie de “operaciones dolosas” que alteraron “la voluntad expresada en las urnas”. Sobre el “apagón”, la Organización de Estados Americanos concluyó: “Todos los análisis del equipo técnico permiten determinar que la paralización del sistema TREP no fue un accidente ni una decisión basada en fundamentos técnicos.
Fue simplemente una decisión arbitraria, cuyo propósito incluyó la manipulación de la infraestructura informática”. En relación con la maniobra puntual y lo burdo y prosaico del engaño, se puede leer del informe que “al día siguiente (de las elecciones), apareció en escena un servidor oculto (y luego otro) no declarado y no controlado ni por la empresa auditora ni por el personal técnico del órgano electoral”. Además, indica que la defraudación ocurrió en dos planos: “A nivel de las actas, a partir de su alteración y la falsificación de las firmas de los jurados de mesas, Y de los resultados, a raíz del redireccionamiento del flujo de datos a dos servidores ocultos”. Qué siguió. Luego de más de un mes de protestas y una escalada de violencia que el tramposo jamás previó. Y ante la posibilidad de que el estallido social se llevara su cabeza, Evo renunció y huyó presuroso del altiplano; primero a México, luego hacia otro país alineado con dictadores, autócratas y populistas: Argentina.
En octubre de 2020, la fórmula encabezada por Luis Arce triunfa en los comicios presidenciales. Jeanine Añez, la que había asumido la presidencia por el vacío de poder, pero principalmente por la línea de sucesión en el Senado, deja su cargo. ¿Sabía Añez lo que pendería de su cabeza? A medias. Si el resultado de los comicios de 2020 no hubiese arrojado ganador al MAS, probablemente su destino habría sido otro. Aquí el quid del asunto: para que la teoría del “golpe de estado” cuaje, la expresidenta debe ser percibida como una mandataria de facto. ¿Y qué sucede con los jefes de Estado golpistas? Van presos.
Ese es el relato que empuja Morales desde el día en que se exilió. Si para lograr ese cometido debe desconocer lo actuado por la OEA, denostar al organismo internacional, crear la fake news del envío de armas y tropas al altiplano por parte del gobierno de Macri, y encarcelar a la presidenta interina, que así sea; la búsqueda de la impunidad (por su fraude electoral) es el Norte que guía al líder del MAS. Nunca aceptará ser juzgado.
El Estado kirchnerista, también habituado a perseguir la impunidad, seguirá respaldando la teoría del golpe y el resto de las falacias del cocalero que buscaba eternizarse en el poder; al fin y al cabo, el binomio Fernández necesita el gas boliviano y el funcionamiento de la entente de dictadores mucho más que cualquier pretensión de verdad. Y menos aquella que no cuadra en la narrativa de los fraudulentos y los malversadores.
Por: Esteban Fernández