Análisis político: el sillón de Dylan o ¿existió pacto entre ellos?

Mucho se habló sobre el acuerdo entre CFK y Alberto que le permitió a la coalición peronista volver a tomar la manija del Estado. En realidad, no fue el pacto per se (fue el resultado electoral). Sin embargo, su existencia sí fue una condición necesaria.
La presunción más usual asegura que durante aquella charla del reencuentro (luego de que Fernández descargara durante una década las verdades más brutales sobre la jefa) el reincorporado aliado le prometió que haría todo lo que tuviese a su alcance para liberarla de las causas judiciales; al fin y al cabo, siempre fue un operador. Hay quienes aseguran que en realidad fue un pedido expreso de ella. La única manera de retomar la relación era si el ungido renunciaba a todo lo que había dicho de la Toloseña; y que mejor manera que convirtiéndose en su paladín contra el incomprobable lawfare y la justicia en general. O, en otras palabras: el castigo de la piedra engrillada al cuello por haber sido un converso.
Haya sido una promesa del que luego sería presidente o una condición irrenunciable impuesta por la futura vice, lo cierto es que se da por hecho, o al menos hay un amplio consenso en que el tema ingresó a la mesa de negociación. Es más, uno de los puntos que habitualmente indaga la prensa tiene que ver con los enojos de Cristina con Alberto porque la justicia no opera como ella pretende, o lo que es peor: como él le había asegurado que iría.
Existe otra explicación a la que suscriben varios funcionarios renunciados; CFK nunca tuvo que negociar con la oveja descarriada porque lo hacía con alguien sin poder. En qué universo paralelo Alberto podía darle algo a Cristina que ya no conociera de él. Y aunque Fernández le hubiese ofrecido una tabla rasa judicial, la expresidenta sabría que sería una promesa muy por encima de su estatura. La única con poder para torcer, amañar, encubrir y dilatar los expedientes es la misma viuda de Kirchner, nadie más. Ergo: no hizo falta un pacto espurio entre ambos. El catedrático venido a menos aceptó (sin que hiciera falta decirlo) dar su anuencia a la cruzada judicial que vendría por delante. De los pormenores se encargaría Mena (el vice de Justicia), sus abogados y las decenas de asesores que manejan sus enredos con la ley. Por eso, cuando informan que la multimillonaria de Calafate se encabrita con el presidente nominal porque la Justicia, los jueces no la sobreseen con la celeridad pretendida, no es más que una noticia falsa. Nunca existió tal encabritada. A lo sumo, si los expedientes no marchan de acorde al plan, CFK impondrá sus correctivos sobre la corte de leguleyos que atiende sus avatares. “Que la prensa o la sociedad pueda creer que ella descansa o se enoja con Alberto por su suerte judicial es algo que a nadie enoja más que a Cristina. Siente que la subestiman a propósito, que la ponen a la misma altura del otro”, asegura uno de los funcionarios renunciados tras las PASO.
Sobre la última resolución favorable en la causa del pacto con Irán, la fuente asevera: “Desde antes de que hiciera esa presentación televisiva (recurso que no existe en el código penal) ya sabía que no llegaba a juicio. Al humor de Cristina no le cambia nada. Otra cosa es la alharaca que hacen los medios”. El otrora funcionario (hablando del encubrimiento con Irán) cree que “todavía falta Casación. Motivo suficiente para que no se sienta con la cabeza fuera de la guillotina”.
Pensémoslo: ¿Qué tranquilidad puede tener el Ejecutivo si Hotesur, Los Sauces, los cuadernos de las coimas y la obra pública siguen su curso judicial? Sobre estos procesos pendientes, el exfuncionario deja una mirada holística: “Todo, todo lo que hizo el gobierno, antes de ocuparse de la pandemia, el hambre, la desocupación y la inflación, fue arbitrar los medios para que la patrona y su prole se libren de la cárcel. Por más vuelta que se le dé, todo, en primera y última instancia, apunta hacia ese fin superior”.
Sobre el rol que desempeña o desempeñaba Alberto en la red tribunalicia de Cristina, la respuesta es lacónica: “Ninguno”. La teoría que queda por respaldar es que los laderos del presidente echaron a correr la bola de que Fernández era su adalid judicial. “Siempre intentó congraciarse de una manera muy retorcida con ella y La Cámpora”.
Tal vez, Alberto creyó, como declaró públicamente, que con el triunfo del FDT de 2019 los jueces se iban a acomodar solos a la nueva realidad. Pensó que podía llevarse la imaginaria presea dorada por ser el libertador de los desvelos de su jefa. Lo que nunca previó, en el proceso de reinvención de su figura, fue que vender la palabra, vender los ideales y las creencias le iba a salir mucho más caro que los beneficios de la banda, el bastón y el sillón para Dylan.
Por: Esteban Fernández