Análisis político: la bestia de dos cabezas
Bajo la excusa de anunciar un proyecto de ley referido el desarrollo agroindustrial, que no hará ninguna diferencia al sector y con suerte ingresará al Legislativo el próximo año, se dio la foto del reencuentro entre el presidente nominal y la vice Ejecutiva. No hace falta ser aficionado a la lectura gestual para saber que el vínculo, la lógica del monstruo de dos cabezas sigue hecha trizas. La imagen de CFK junto a Fernández recuerda a la de una celadora, la vigilante de los movimientos del pupilo en desgracia. A esa omnipresencia, Cristina le agrega un silencio de estampa que vuelve todo más crispado. ¿Qué hace custodiándolo si no va a emitir comentario? Factiblemente, la estrategia sea mostrarse impertérrita, distante y seria. La perfecta escenificación del yo no fui. Yo no cometí un golpe de estado institucional, que es el que ocurre cuando facciones del propio gobierno se hacen del poder. Ese acto, esa traición es la que el mandatario diezmado no le perdona a la vice. Ella alega que no intentó dinamitar la frágil coalición, solo quiso hacer los cambios ministeriales que la derrota demandaba. Si una de las cabezas de la abominación quedó vaciada de poder; bueno, habrá sido colateral. De cualquier manera, lo que el profe que no enseña debería comprender, para salir del ánimo amesetado, es que ninguno de los actores que se refugia en el poder tiene a dónde ir que no sea el FDT. Ahí radica la tragedia (y el castigo): los que se odian están obligados a convivir.
Volvamos al presidente del régimen vicepresidencialista. La semana pasada siguió el consejo que hacía tiempo le venían machacando y redujo a casi cero las apariciones públicas, las entrevistas radiales y los discursos de campaña; no es tiempo de ellos. También es cierto que Fernández no asimiló del todo el vaciamiento (su rutina diaria de encuentros con Cafiero y Biondi se cortó de cuajo). Ahora debe tolerar a un jefe de gabinete que pacta reuniones sin consultarlo y maneja la agenda de la jefa. No solo eso, la imagen que el Instituto Patria de la posverdad diseñó para él, de cara a lo que resta de campaña, no acaba por convencerlo. No es tanto que lo hayan mandado a timbrear y a reunirse con jubilados (a los que atiende con una Mont Blanc equivalente a cuatro salarios mínimos). No, no es eso. Tampoco lo indigna el hecho de que quieran revertir los indicadores de su imagen, mayormente negativa, haciéndolo pasar por un tipo cabizbajo, ensimismado y melancólico. Como si eso fuese a lograr el voto pena del electorado; una estrategia jugada y más propensa al fracaso que al triunfo, pero quién sabe. Lo que verdaderamente caló en el ánimo de Alberto fue que se reavivara el escándalo de Romina Picolotti, quien supo ser su protegida política cuando era jefe de gabinete de Kirchner.
El Tribunal Oral Federal 6 la condenó a tres años de prisión en suspenso y a restituir al Estado casi siete millones de pesos por haber cometido el delito de defraudación en contra de la administración pública. ¿Qué hacía Romina? Triangulaba dinero desde la Secretaría de Medio Ambiente hacia una fundación paraestatal. Esa guita la utilizaba para darse (ella, familiares y amigos) los gustos más disímiles: desde alquilarse un avión privado hasta unos triples de miga. En el medio, todo un varieté de gastos improcedentes que deberían haber ido a sanear el Riachuelo, a reconvertir las industrias contaminantes, a prevenir y combatir incendios forestales y a tratar el resto de la problemática ambiental. Sin embargo, no es la inmoralidad de su protegida lo que más turba a Fernández. Para él, es menos el hecho delictivo que el recordatorio de cómo se manejó con el periodista (Claudio Savoia) que dio a conocer la estafa. La primera reacción del ahora presidente fue convocar a una conferencia de prensa, sin preguntas y flanqueado por la ladrona Picolotti, en la que no solo negó vehementemente la defraudación millonaria, sino que arremetió contra Savoia, contra su honorabilidad, la de su familia y el trabajo que le había llevado más de tres meses de investigación. Amén de que también pidió por su cabeza. No solo eso, hizo cuanto pudo para que su favorita obtuviera todos los privilegios habidos y operó para que la denuncia se cayera en el camino. Todo durante 14 años. El que dice ser un hombre del Derecho nunca tuvo interés de leer la evidencia, la carga de prueba. Se comportó como un agente de la corrupción y el descrédito gratuito.
Es esa noticia, y el recuerdo que traen los medios, lo que más ofusca a Alberto. Justo ahora, cuando había vuelto a cultivar la imagen de macanudo, “compositor”, futuro padre. Débil, pero dispuesto a dar pelea.
Casi cuando había logrado pasar de malísimo a chambón.
Por: Esteban Fernández