Análisis político: la economía perdida
Montado sobre la idea de que tirando más plata al mercado revertirá el knock out electoral, el gobierno se prepara para anunciar (después de dirimir la sangrienta interna que propone CFK) una batería de medidas. A saber: aumento del salario mínimo (queda por ver si será remunerativo o no). Incremento a ojímetro de jubilaciones y pensiones (lo que demandan los adultos mayores es retornar a la ley de movilidad que se suspendió). Más dinero para la AUH y los diversos planes sociales (un must a esta altura del relato), y créditos blandos. Contrariamente a lo que se esperaba, no habrá novedades (de relieve) en torno a la presión tributaria. Se habló, después de la decepción del domingo, pero no hubo acuerdo doméstico. Con un Estado elefantiásico que deglute los recursos del sector privado, es improbable que aborden cambios estructurales durante el paréntesis entre elecciones.
Para que no haya equívocos, no se pretende argumentar contra las medidas antedichas. En la coyuntura actual, la pobreza argentina necesita urgentemente que se le acerque el ingreso al índice de inflación real. Decimos “acerque” porque por más que el oficialismo perjure que se le ganará a la depreciación de la moneda; lo cierto, es que los paliativos monetarios siempre correrán detrás de los precios. Este remache reduccionista y cortoplacista esconde algo más profundo: la falta de ideas de base. Claramente, inundar la plaza de pesos no es una estrategia que vaya a sentar los cimientos de una verdadera reactivación; por el contrario, se corre el riesgo de que buena parte del remanente de efectivo vaya al dólar, y que esa escalada del tipo de cambio se lleve puesta a la inflación. Y todo para traccionar los votos perdidos. A no dejarse engañar, si realmente se tratara de justicia social, se hubiesen preocupado mucho antes por el bolsillo de la gente. Es inevitable oler el oportunismo electoral.
La lectura que hace el FDT sobre la pérdida del voto “cautivo” invisibiliza las necesidades de todos los que se cayeron del barco. No fue la clase media la que padeció la peor parte de la catástrofe educativa, fueron las familias más vulneradas las que tuvieron que ver cómo sus hijos perdían, a manos de la calle, la única posibilidad de ascenso en el escalafón de la vida. Amén de sufrir, como nadie, el mazazo de la inseguridad, la vuelta del narco y el encierro sin rebusques durante más de medio año. Tampoco es casual que los municipios bonaerenses que menos vacunaron sean los que nuclean la pobreza más endémica. La casta política relega al más necesitado, lo destrata hasta que se queda sin su apoyo. Luego, bajo el discurso “lo único que nos importa es el pueblo” pretende encausarlo, traerlo de nuevo al redil con asistencialismo. Solo eso. No se les enciende una idea ni por error.
¿La solución? Concertar con el arco opositor un plan cierto de economía, no la improvisación que se viene llevando a cabo desde hace veintiún meses. Deben dejar caer las mezquindades partidarias y habilitar un verdadero pacto social (concepto gastado si los hay) con los diversos actores. Y de esa manera, asegurar una sana gobernabilidad hasta 2023. Porque seguro que la opción de tirar papelitos al mercado, para generar una bonanza ficticia, no es parte de ningún plan serio de gobierno. Y no alcanzará para seducir al elector perdido. Acaba convirtiéndose en un acto de subestimación que los votantes huelen a la legua.
El párrafo final lo gana la fractura expuesta que mostró el FDT a raíz de la humillación del domingo. Más allá de si es una opereta o un vaciamiento de poder, lo que deja entrever la disputa por el cetro sin votos es un absoluto distanciamiento de la sociedad, de sus apremios. Mientras el kirchnerismo juega a sacarse los ojos, los mercados pierden su euforia y el dólar vuelve a subir para seguir empobreciendo. Claro, cuestiones menores; el gobierno atiende otros menesteres.
Por: Esteban Fernández