Análisis político: la instigadora, el perpetrador y la víctima
La intriga acerca del magnicidio que falló crece al ritmo de las revelaciones. El lunes fue la detención de una tercera participante, Agustina Diaz; según trascendió, no solo habría participado del encubrimiento, sino también del plan. El martes se conoció que otra mujer llamó al 911 para reportar que tenía pensado atentar contra la vice. Al mismo tiempo, que Brenda Uliarte sería la instigadora del hecho (movida por un fuerte rencor hacia el gobierno y sus políticas) y habría intentado, junto al ejecutor, alquilar un departamento frente al de Fernández para hacer inteligencia. También se supo que quisieron atacar antes: el día del desmadre con las vallas. Y que Brenda, a través de las redes, instó a lanzar bombas molotov cuando apedrearon la oficina de CFK en el Congreso. Lo último, es que hay un cuarto detenido por encubrimiento, uno de los que también vendía algodones de azúcar. Esta génesis sugiere que Montiel, más allá de su tendencia al delirio, no actuó como un tirador solitario. Hubo un planteamiento en grupo; fue chapucero y errático (los principales involucrados hablaron frente a móviles de TV poco antes del golpe), pero bastó contra el poco seso de la seguridad asignada a la vice. Y fue solo por el error, voluntario o involuntario, de Montiel que no se salieron con la suya.
En cuanto a Cristina, en las últimas horas se sumó como querellante. No volvió a hablar públicamente desde lo sucedido. Presumiblemente está armando la narrativa que la acompañará de ahora en adelante; máxime si consideramos que ya estaba lanzada a la carrera del 2023. Qué análisis hará. De seguro, se referirá al discurso de odio, aprovechará su rol de víctima, hablará de cómo la entente justicia, oposición y medios caldearon la cabeza de los maníacos. Dará cátedra de su entereza para sobreponerse a la adversidad. Hará un llamado a la unidad, después de fustigar a los detractores, y confirmará que nunca se enteró de lo sucedido hasta que estuvo arropada en su departamento. A este redactor siempre le resultó peculiar el timing, la simultaneidad milimétrica entre CFK tomándose la cabeza, porque a alguien se le había caído un libro, y el instante en que Sabat gatilla. Pareció menos un ¡pucha, yo te levanto el ejemplar de Sinceramente! Que la reacción instintiva de cubrirse frente a un arma. Pero claro, iría contra la versión oficial de que tampoco supo sobre el ataque durante los seis minutos posteriores que siguió como si nada.
Digresión aparte, lo que sí se ajusta a la verdad es que la expresidenta jamás imaginó que la vigilia, el acampe y la sublevación contra la justicia dispararían por la culata. Ella se veía entronizada. En su mente, la protesta iba a seguir hasta que la declararan, por obra de un realismo mágico, libre de cargo y culpa.
Por suerte, no sucedió.
Por: Esteban Fernández