Análisis político: los divagues del Papa
Durante la última semana, Francisco fue blanco de ácidas críticas por sus apreciaciones acerca de la invasión rusa a Ucrania. Lo que encendió la chispa fue la insinuación de que el despliegue de tropas de la OTAN, sobre la frontera de la ex URSS, podría haber provocado, o no contribuido a evitar, la escalada bélica. Enseguida, el secretario general de la organización, Jens Stoltenlberg, levantó el guante: “La OTAN es una alianza defensiva y la guerra en Ucrania es una guerra del presidente Putin, que ha decidido conducirla contra una nación soberana independiente”.
Indudablemente Francisco conoce el Derecho Internacional y el principio de autodeterminación de los pueblos; entonces, qué quiso decir: “Alguien podría decirme en este punto: ¡pero usted está a favor de Putin! No, no lo estoy. Sería simplista y erróneo decir tal cosa. Simplemente estoy en contra de reducir la complejidad a la distinción entre buenos y malos, sin razonar sobre las raíces e intereses, que son muy complejos”.
Previo a esta explicación, que no lo deja del lado óptimo de la aclaratoria, el Papa ya había introducido la idea de héroes y villanos cuando contestase a otro interrogante: “¿Cómo podemos contribuir a un futuro pacífico? Para responder a esta pregunta tenemos que alejarnos del patrón normal de «La Caperucita Roja»: la Caperucita Roja era la buena y el lobo era el malo. Aquí no hay buenos y malos metafísicos, de forma abstracta”. Luego, Bergoglio se va por la tangente con la anécdota del sabio que profetizó la invasión rusa y sugiere que la guerra “quizás fue de alguna manera provocada o no evitada”. Sobre la pregunta inicial, cuál sería nuestra contribución a un futuro mejor, nada.
Por alguna razón, Francisco, en su búsqueda infructuosa de la raíz de la invasión, omite una palabra clave: desnazificar. El neologismo que el autócrata Putin se cansó de utilizar para justificar la guerra. Claro, iba a desnazificar a Ucrania de un presidente judío. Tal vez, si el Papa hubiese considerado el “argumento” del ex agente de la KGB, habría llegado a la conclusión de que nada exógeno (la movilización de la OTAN) compite en la misma liga de aquello que se gesta por dentro: la megalomanía de un sujeto enfermo de poder. Un psicópata asesino. Un trasnochado que pasó demasiada pandemia bebiendo vodka. Un pequeño hombre nacido en Leningrado que sabe que le queda poco tiempo para cumplir su destino de “grandeza”. Así y todo, Francisco pasa por alto el factor endógeno, el propósito del dictador. Pero claro, traer algún déficit psíquico del ruso a la ecuación seria simplificar los orígenes del conflicto. Ahora bien, qué importan las razones cuando al perpetrador de crímenes de lesa humanidad lo tienen sin cuidado, la ridiculez de la desnazificación lo demuestra. Pero no suficiente para que Bergoglio descubra el engaño.
Por último, en la guerra que inició Putin sí hay buenos taxativos y villanos ominosos. Que la cabeza del Vaticano persista en complejizarlo, en teorizar y en derrapar habla más de él que del objeto. Nos remite a un líder espiritual sobrepensado, a un conductor fuera de foco y anquilosado.
Por: Esteban Fernández