Análisis político: malos presagios
Lo peor de caer derrotado en las PASO no es la derrota en sí, sino el efecto multiplicador. Perder es contagioso, y a su vez, nadie quiere estar cerca. El candidato que lleva las del vencido ahuyenta al elector. Por eso, en las segundas vueltas y salvo esporádicas situaciones: la gran Rodriguez Saá o la casi gran Macri, el resultado se ahonda, la caída se profundiza. La parte multiplicadora es que ese lánguido caudal, esa sequía de votos se extiende por todos los lares del país. Ese es el paraje que afronta el FDT.
Los intelectuanadas del Instituto Patria ya comprobaron que las encuestas post golpe de estado constitucional y cambio de gabinete dan peor que antes de las primarias. ¿Cómo se lo presentan a la jefa? Le muestran que Alberto tiene una aceptación apenas superior al 17% y una valoración negativa del 68% y en aumento. Claramente, CFK no va a dejar que sus asesores le tapen el sol con el mano. Sabe que los números, aunque diga que no mira proyecciones, la hacen tan responsable de la debacle humanitaria, educativa y económica (que padecimos) como al alfil que ocupa el sillón de Rivadavia. El pueblo, en el que Cristina siempre dijo creer, ve más allá del velo de las patrañas. Y más ve luego del golpe palaciego que le asestó a su compañero de fórmula, de la fútil resistencia del presidente desdibujado, de las renuncias falsas y la falta de honorabilidad que mostró el oficialismo para manejar la situación. Esa concatenación de hechos, que inició con CFK y el vaciamiento del Ejecutivo, explica por sí sola por qué se le amplió la brecha de perdedor al FDT.
Una mención exclusiva merece la conformación del gabinete de transición. Es claro que los designios también son parte de la concatenación discursiva que resta voluntades (en vez de sumar). Entonces, a qué debe su razón de ser. Al armado de un gabinete de choque. Puertas adentro, el oficialismo reconoce que la hazaña electoral no ocurrirá; entonces, la idea es desgastar a la oposición con los sospechosos de siempre (Aníbal, Manzur, Domínguez). Llevarlos al fuego cruzado y quitarles poder electoral. Según ellos, perdidos por perdidos, tal vez, el tiro del final funcione. Lo que también deja entrever la formación del nuevo equipo ministerial es que el gobierno bifronte no escuchó el mensaje de las urnas. Uno quería dejar todo como estaba; la otra se moría por patear el tablero y darle al votante más kirchnerismo rancio. Queda evidente, a la vista del desastre, quién prevaleció.
Coda: los jefes de campaña más curtidos suelen reconocer, off the record, que existe un mecanismo psicológico por el cual el electorado (cuando sabe de antemano que su candidato irá para atrás) no vota a perdedor. Le rehúye. Como si el que sufraga no quisiera morir en el hundimiento. Prefiere pararse en el pedestal acusador. Por su puesto que siempre existe la excepción que confirma la regla, pero no es más que eso: una anomalía.
El otro talón de Aquiles son los candidatos. Victoria Tolosa Paz dio parte de desaparecida en acción. El desprecio con el que CFK saludó a la candidata la noche de las primarias todavía resuena en el FDT; ergo: le aplican el destrato frío por haber perdido. Tolosa Paz reconoce el vaciamiento y da un paso atrás. Volverá a salir cuando el calor de la campaña lo requiera. Mientras tanto, seguirá procesando eso de que no tracciona votos. Igual mala suerte corre Daniel Gollan, con el agravante de que él trajo al juego la frase (inventada, porque nunca existió tal vecina) de la platita en el bolsillo. Vaya sincericidio de un hombre sin votos propios. Lo que acabó por develar es una de las partes más nefastas de la matriz kirchnerista: la subestimación del que elige. La creencia de que todo se calla o se dilata con guita. El dogma les sugiere que a la gente no se le clavó un puñal cuando vio la foto de la clandestina de Olivos (mientras todos la pasábamos miserablemente), sino cuando descubrió que le faltaba unos mangos más para llegar a fin de mes. Un clásico ejemplo de miopía peronista. Cometido el yerro que restó más simpatías/votos, Gollan fue mandado a penitencia. “Una cosa es que no midas y otra que nos jodas (fue otra palabra) las posibilidades”, le dijo el emisario de Máximo Kirchner al ex jinete del Apocalipsis sanitario devenido político. Tal vez, ninguna otra expresión resuma mejor el quebranto del gobierno de cara a las legislativas. Eso y el miedo a que se cumpla el factor psicológico: la gente no vota a perdedor.
Por: Esteban Fernández