Análisis político: montón de nadie
Luego de haberse tomado las vacaciones de enero, el kirchnerismo volvió a operar políticamente para dejar en claro que no apoyarán el plan reeleccionario de Alberto aunque sus vidas dependan de ello. La última expresión al respecto la encabezó nuevamente Wado de Pedro. El mismo que había armado las renuncias masivas luego del fracaso de las primarias. Esta vez, el berretín de Eduardo fue que no lo convidaron a un encuentro sobre DDHH con Lula. Tal vez, una mera proyección del exacto capricho de la jefa: Da Silva no asistió a verla en el senado como pretendía la mandamás. Luego de algunos disparos dialécticos entre Tolosa Paz y Aníbal (por un lado) y algunas militantes de segunda línea de La Cámpora, más Larroque y Juan “plantín” Grabois, apareció Wado por Twitter para pinchar el globo de nada y traer “sensatez”. Sí, la misma sensatez que tuvo para respaldar los guetos, las celdas de confinamiento de Gildo Insfrán en Formosa durante la pandemia. “Todo se ajusta a derecho”, dijo en su momento. Es más, la gestión represiva del gobernador fue considerada, justo por un hijo de desaparecidos, como ejemplar. De esa clase de paladín hablamos cuando nos referimos al proyecto de candidato que una parte de la coalición intenta imponer. Tal vez, esta rencilla de culebrón es lo que el ministro interpretó de las palabras de CFK: “Tomen el bastón de mariscal”. Siempre y cuando no sea el que agarró la Morsa cuando cayó en PBA a manos de una sorpresiva María Eugenia Vidal.
Digresiones aparte, la verdad más dolorosa para el ala K del oficialismo es que no tienen un real candidato para anteponerle a Alberto. Sí, tienen nombres. Pero o no quieren la papa perdedora de la candidatura presidencial o no representa los ideales del movimiento o no mide. Kicillof, solo por nombrar a uno de los conocidos, entra en la primera categoría: no quiere ir a perdedor por el sillón. Quiere ganarse la reelección bonaerense y convertirse en uno de los pocos salvados de un sufragio que promete castigar al oficialismo. Sabe que si CFK decidiera aparecer en la boleta sería un espaldarazo, un gancho, pero mejor sería ganarlo por las propias; algo para lo que difícilmente acredite el hándicap. Massa es de los que no quiere; además, genera resistencia entre la fanaticada porque lo ven como a un Alberto, un potencial traidor, un experto panqueque. También están los gobernadores peronistas y el hijo de la vice; ellos formarían parte del grupo que no mide; los popes del interior no lo hacen por fuera de sus feudos y Máximo nunca midió. El nivel de rechazo social siempre lo tuvo en el podio.
Frente a esta panorámica de un montón de nadie para pelear en las primarias, el presidente se agranda. Y más si Cristina no corre. ¿Quién otro? Es de esperar que siga haciendo carne el dogma populista. La actuación lo obliga a ser más cristinista que el mejor. ¿En qué otro abrevadero de votantes puede hundir la cabezota? Desde el PJ bonaerense lo presionan para que convoque una mesa nacional. Al fin y al cabo, él es el presidente del PJ nacional. Según su portavoz Cerruti está “analizando” la idea. El gran procrastinador. La condición para sentarse a dialogar con los que no se habla será que “nadie podrá sugerirle que no corra. Está en su derecho presidencial” irradian desde el círculo rojo.
Hay quienes refieren que la verdadera traición del profe a la mentora viene por aquello que aceptó a cambio de la candidatura: un solo período. Rumores de lado, Alberto también se anima con encuestas que lo dan por encima de la proscripta. Ella, pese a las señales, todavía confía en que finalmente entrará en razón y se hará a un costado. Lo demora para no convertirse en un cadáver político a poco de iniciado el año. Cuánto poder de fuego le quedaría si a esta altura ya hubiese anunciado que no se presentará a las PASO. ¿Quién es tan tonto para ese suicidio cuando, quizás, “una hijaputez del destino me abone cuatro años más a la Rosada”? Pero eso lo dice Alberto por lo bajo para agrandarse un poco.