Análisis político: sin acuerdo con el Fondo y con récord de deuda pública
Cuando el presidente Fernández retoma la línea discursiva “el FMI intenta imponernos un programa y ahí no estamos de acuerdo”, ya se sabe que solo está siendo complaciente con CFK y su entorno, con la facción que tiene la última palabra y la lapicera.
En lo que concierne al Fondo intentando “imponernos un programa”, y como ya lo hemos desarrollado en otros artículos, nada más fronterizo y miope. Obviaremos el tecnicismo de que no se trata de un acreedor que impone lacónicamente sus términos, es una negociación. El deudor sugiere un programa propio de acción. Cualquier interpretación diferente es amañar los hechos. Ahora bien, ¿qué es lo que verdaderamente traba el acuerdo? Lo mismo que impidió el ingreso de la vacuna de Pfizer durante más de un año: la falta de voluntad política. Si no se llega a un entendimiento (a mitad de camino) es porque al menos una de las partes no está dispuesta a ceder. Eso ocurre con las condiciones que le ha impuesto CFK a Fernández y a Guzmán. A saber: una exención de cuatro años, la suspensión de la sobretasa y la reducción del déficit en cómodos años. Todo aquello que se aparte de ese libreto será vetado por CFK. Y si no, lo hará a través del Congreso. Pero volvamos a Dos Caras Fernández. Luego de mandarse la bravuconada inicial de las imposiciones del FMI, se apuró en aclarar que el default no estaba dentro de las variables que manejaba su administración.
Lo cierto es que a menos de que encuentren una manera de financiar el déficit por afuera del acuerdo (China), el rápido, o no tanto, orden de las cuentas públicas es el punto en disputa entre los actores. Pero de nuevo, quitando del centro la matemática económica y el oportunismo político (el FDT pretende más cuerda para gastar en el presidenciable 2023); sin voluntad política y verdadero ánimo de negociación no habrá acuerdo posible. Basta con que una de las partes se radicalice, y ya sabemos quién es más proclive a hacerlo. Es más, durante esa semana, los medios se hicieron eco del pesimismo que se respiraba y salieron con notas optimistas sobre las bondades de rubricar con el fondo. Tal vez, el máximo ejemplo fue el de un matutino de primera línea que publicó que el 85% de los votantes del FDT respaldaba las charlas con el principal acreedor. Una suerte de mensaje por elevación a los sectores fundamentalistas que siguen sosteniendo que un acuerdo en donde se priorice el equilibrio fiscal por sobre el gasto, les evaporará su capital simbólico y político. Una visión al menos cuestionable, pero que no viene al caso.
La otra arista que se trata vender es la geopolítica del asunto. La administración Biden no ve con buena expresión el juego a dos puntas que intenta el presidente nominal. Y menos si entre los amigos del mandatario argentino se cuenta con China, Rusia, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Cuba. Sin dudas, una pésima política exterior que enerva y no favorece el clima de diálogo. Pero no nos equivoquemos, no será esta la razón por la cual se caigan las tratativas. Será por voluntad del gobierno.
Antes de marzo, cuando concluye la ronda de conversaciones y el plazo final (más allá de ocasionales prórrogas), la coalición gobernante ya habrá agotado el arsenal de culpas ajenas y habrá tirado todas las bombas de humo para desviar la atención. Pero lo cierto es que este Ejecutivo de dos cabezas, el que armó toda su dialéctica sobre la base de no seguir endeudándonos, no ha cumplido con el ejemplo. La deuda pública nacional, en dólares y en pesos, si se compara con noviembre de 2019, ha trepado hasta USD 40.215 millones durante los dos años de esta gestión.
Una porción del discurso del oficialismo está enfocada en los abultados niveles de deuda que se alcanzaron durante el gobierno de JXC. Sin embargo, de la lectura de los datos de la Secretaría de Finanzas surge que esa práctica se agigantó durante 2020 y 2021.
Sobre los números de octubre pasado, el economista Alfonso Prat Gay había destacado que el ritmo de toma de deuda de Alberto Fernández era mucho más feroz que el de cualquier presidencia anterior. “Subió la deuda USD 35.047 millones en 23 meses, a un ritmo de USD 18.285 millones por año. Es más rápido que los USD 16.000 millones por año de CFK y mucho más rápido que los USD 12.000 millones por año de Macri”. Incluso la deuda pública continuó creciendo en términos del PBI: del 70,9% que recibió Fernández, subió a 86,2% en 2020; y desaceleró a 72,7% del PBI en 2021; año que por efecto del atraso cambiario (la cotización del dólar mayorista aumentó 20 puntos porcentuales menos que la tasa de inflación), se magnificó la medición del PBI en dólares y posibilitó esa mejora relativa. Hace dos años, al 30 de noviembre de 2019, la deuda pública nacional era de USD 313.299 millones. Al 30 de noviembre de 2020, pasó a USD 333.254 millones. Mientras que para el 30 de noviembre pasado el número se disparó a USD 353.514 millones.
Dada la voracidad de esta cuarta administración kirchnerista para generar deuda pública y desterrarla del relato, es de esperar que, si la bomba del Fondo no estalla este año (por obra de una conjunción impensada de circunstancias; alias milagro), lo hará con el próximo gobierno. Y seguirá implosionando hasta que hallemos una manera de salir del estancamiento de la última década. Es eso o la quiebra y el aislamiento absoluto.
Por: Esteban Fernández