Análisis político: yo no fui
La última carta abierta de CFK y la renuncia virtual de los ministros adictos a la vice no fue un vaciamiento de poder. Tampoco ocurrió un golpe palaciego (como se lo bautizó de manera sui generis). Fue un golpe de Estado constitucional, que es aquel en que el poder es tomado por elementos internos del propio gobierno. Esa conflagración ocurrió de cara a la sociedad, con el país como rehén y parte. ¿Consiguió su cometido la facción golpista? Sin dudas, las cabezas albertistas que rodaron así lo demuestran. La viuda de Kirchner sabía que, más temprano que tarde, el ungido sucumbiría al estrangulamiento sin importar todo el “apoyo” que le brindaran los sindicalistas, los gobernadores y los movimientos sociales. Al fin y al cabo, ellos también se postran ante el cristinato.
Lo que le espera a Argentina es que CFK, haciendo pésima gala de su costado estadista, tome la mitad del déficit presupuestado y no ejecutado para este año, 2,4%, y lo destine al salario mínimo, la AUH, las jubilaciones, pensiones y los demás modos de asistencialismo clientelar. Lo antedicho no es una presunción, lo escribió en la misiva abierta. Ahora bien, que el único argumento que tenga para seguir agujereando el déficit sea que ya estaba presupuestado, pero no ejecutado, habla de una orfandad de pensamiento económico que asusta hasta el espanto. Ya dijimos en otras ocasiones que no se trata de argumentar contra medidas que buscan poner pesos en los bolsillos de los más vulnerados. Lo estúpido y profano es que lo hagan imprimiendo papelitos, inflación y devaluación. Esa es la sesuda idea que trae el FDT renovado. Para otra ocasión quedará el nunca bocetado plan integral de economía. La previsibilidad, también. Todo puede aguardar hasta que los apremios electorales ya no pesen sobre sus cabezas.
Cumplido el propósito de empujar el golpe de Estado constitucional, la epístola de la expresidenta funciona en un segundo nivel: yo no fui. Pretende convencer a la sociedad de que ella nunca quiso que los jubilados perdieran por muerte con la suspensión de la ley de movilidad de 2017. La diputada Vallejos, en uno de sus audios sediciosos, miente que la “obligaron” a votar el pliego que perjudicó a los adultos mayores. ¿Quién la obligó? ¿La presidenta del Senado (Cámara por donde pasó el recorte jubilatorio)? Y a Cristina ¿quién la forzó? Solo un humorista o un enajenado podría creer que fue Alberto y su grupo de inútiles (como los llaman dentro del FDT). De la misma manera, podría intentar persuadirnos de que el presidente es el ideologizado. Por eso se adquirieron vacunas de manera discrecional y primó la geopolítica por sobre el bien común, lo que a la postre costó millares de vidas. Alberto es el radicalizado, el de los lazos con el eje Rusia, China, Irán, Cuba y Venezuela; no Cristina. Ni ella ni su difunto marido respaldaban regímenes autocráticos.
En otra parte de la carta, la vice cuenta que tuvo diecinueve reuniones con el mandatario nominal y que siempre le hizo saber sobre el atraso en los ingresos de los sectores bajos. Pensémoslo: Fernández jamás se mostró, desde que asumió la investidura presidencial, como un revulsivo. Jamás la desobedeció. El casi congelamiento de las tarifas es kirchnerismo one on one. La reforma judicial trabada, también. La catástrofe educativa es populismo de la peor grey. ¿Quiere hacernos creer que Alberto se convirtió en Milei y Espert y pudo torcerle el brazo en lo que concierne al bolsillo del trabajador? Claro que no. Si la pobreza creció un 10% y subejecutaron la ayuda social no fue porque CFK no pudo contra el Ejecutivo. Ella es todo el Ejecutivo. Por más que busque desentenderse del rumbo económico que los llevó a la debacle de las urnas, el no plan de derecha que improvisaron desde el primer día de gestión tiene las huellas de Cristina por donde se lo mire. De todos los ministros que no funcionaban mantuvo a Guzmán y a Kulfas. Si eso no es respaldar un rumbo, o mejor dicho un naufragio económico; entonces, nada lo es. A CFK, luego de haber propinado el golpe de Estado constitucional, solo le importa hacernos creer que ella no fue. Ella no perdió en Santa Cruz. Su pupilo más fervoroso no perdió en PBA; fue Alberto.
Por último, el gabinete recargado no es más que un rejunte de mariscales de la derrota. Aníbal Fernández prácticamente acuñó el término luego de que María Eugenia Vidal lo vapuleara en el conurbano. Daniel Filmus, eterno derrotado en CABA (sacan a un científico y ponen a un lego). Julián Domínguez perdió la interna por la gobernación de la PBA contra el mariscal Aníbal “la morsa” Fernández. El mismo que hace unos días declaraba que no había crisis en el gobierno. El que hace unos años aseguraba lo más fresco que la inseguridad era una sensación. Ese tipo tendrá a cargo la jefatura de Inseguridad. Manzur, el no tan flamante jefe de gabinete, sí le escapa al síndrome del mariscal. De hecho, fue unos de los pocos peronistas que salió airoso de las últimas PASO. Su falta de visión de género, su postura “pro vida” (llevada hasta límites que son de conocimiento público), los vínculos con el violador Alperovich, y el hecho de que no quiere renunciar a la gobernación de Tucumán (como buen señor feudal), son suficientes máculas para opacar y repudiar su designación. Aunque no lo parezca, no tratamos de invalidar las designaciones porque han perdido elecciones, todos los políticos han recibido reveses. Solo subrayamos cuánto respaldo recibieron cuando se trató del voto. Por otra parte, ninguno de los apuntados es un crack. Tal vez, la mejor cualidad que acrediten sea que son prescindibles (después de noviembre) y que son harto conocidos de CFK.
Los sospechosos de siempre.
Por: Esteban Fernández