Análisis: sensibilidad periodística (parte 2)
Qué le molestará más a Jorge Fernández Diaz; que Milei lo haya tratado de imbécil o que le haya enrostrado que “se cree un gran intelectual, que publica notas muy pomposas, pero que a la postre escribe pelotudeces”. El encono venía de antes, de cuando el escritor había sugerido que lo del libertario era populismo de derecha. El equivalente, por estos lares, a que te llamen kirchnerista. Ese apelativo le valió el “imbécil” antedicho.
Marcelo Longobardi es otra de las voces que dice estar hasta la coronilla del maltrato Ejecutivo y que si debe soportar eso a cambio de la baja de inflación; no, gracias. Vale recordar que Longobardi fue de los que expresó su favoritismo por el ex ministro de economía y candidato Sergio Massa. El de la inflación de dos dígitos y parte fundadora del gobierno más deplorable desde el retorno de la democracia. Y después, Longobardi imparte cátedra sobre objetividad periodística y moralidad.
Eduardo van der Kooy, otro referente de las columnas de opinión, tituló su última aparición en La Nación sin demasiados dobleces: “Los riesgos del apogeo de Milei”. El libertario aún no tocó el pico de la apoteosis y van der Kooy ya teoriza sobre su peligrosidad, que no es otra que su ferocidad verbal. Todo muy erudito. Tal vez, a ciertos círculos del periodismo les resulta más sencillo discutir sobre el recipiente que revolver el contenido: Milei les dinamitó las bases de la (auto concedida) verdad periodística. Los medios tradicionales transitan hacia la atomización y la intrascendencia final. Y Milei, sin dudas, es uno de los hacedores del ocaso. Primero, se deshizo del vínculo espurio de la pauta comercial. Luego, se encargó, desde la social media X, de exhibir las falacias de los dinosaurios de la prensa. Les debe ser difícil masticar que el interlocutor siempre resignifica el mensaje según un sistema de valores y creencias propias. De otra manera, JM no habría llegado a la presidencia y Trump no hubiese retornado al salón oval.
A modo de coda, el pensamiento agorero de Fernández Diaz: “Si un jefe de Estado adopta como propio ese lenguaje (en referencia a la virulencia coloquial) puede haber consecuencias en la vida real. Los fanáticos empiezan a caminar y a hacer cosas”. Distancia salvada, recuerda a cuando Alberto Fernández dijo, a propósito del fiscal que investigaba a CFK, que esperaba que no se suicidara como Nisman. Digresión aparte, cuál es el propósito de introducir escenarios aciagos cuando no hay señales de que los simpatizantes de LLA sean gurkas encubiertos. En rigor, no es más que una narrativa de escasa inventiva y factibilidad. O en palabras de Diaz sería un “programa de acción política”… Pero no el de Milei.
Por: Esteban Fernández