Análisis: ¡Tiranos temblad! (Parte 3)

Al final de la predecesora (Parte 2) dijimos: “Ahora resta el clímax y el desenlace de la obra”; y así sucedió. María Corina Machado fue detenida por el régimen. La abducción de la líder duró lo que le tomó a las plataformas reproducir la novedad. Luego, la soltaron y volvió a ser tendencia global. Conveniente puesta en escena.
Al día siguiente, en otro de sus videos leídos a cámara, Machado habló de “profundas contradicciones internas” para explicar el “comportamiento errático” de los secuestradores. La realidad es que si verdaderamente la hubiesen querido fuera de combate lo hubiesen hecho sin contraorden. A propósito, qué pasó con el sitio a la casa de la madre enferma de Corina. Qué fue de la promesa de González Urrutia de que llegaría a Caracas y asumiría como presidente. Cierto, Corina lo llamó para decirle que no estaban dadas las condiciones para su retorno. Y con esa sentencia al pasar, los dos opositores se desdijeron de todo lo que habían jurado que harían. Difícilmente, una mujer escondida en un bunker con internet pueda ser referente de algo que no sea una farsa armada por Maduro, Cabello y los mentores de Cuba. Lo mismo aplica para su socio, un pretendido presidente que boya por el extranjero acopiando apoyos intrascendentes. Eso y ver si de purísima casualidad los británicos le liberan a González Urrutia el oro fugado de la dictadura. La tarea que Guaidó, el primer experimento de la autocracia, no cumplió.
En Argentina, durante la última dictadura, hubo represores que hicieron de agentes encubiertos. Asumían identidades falsas, se involucraban en actividades, grupos, encuentros que consideraban subversivos y desde ahí indicaban a los futuros desaparecidos y participaban de las extracciones. Uno de los casos más emblemáticamente terrorífico fue el del genocida Alfredo Astiz. Cuarenta y tres años después, los agentes encubiertos no se esconden como sus antecesores, muestran máscaras que no conocíamos ni imaginábamos y recurren a otros métodos de persuasión y de engaño, pero el propósito es el mismo de Astiz: atraer a los subversivos y que las brigadas hagan lo suyo. Luego serán esos Judas Iscariote los primeros en hacerse girones por la detención de cientos de venezolanos que acudieron a las movilizaciones. Pero ellos, a salvo en el escondite con conectividad o viajando cómodo por el mundo.
Qué gana la tiranía. A través de la patraña eleccionaria y la supuesta existencia de una oposición, el oficialismo se asegura el “viso de democracia”. O al menos, mantiene abierta la discusión y le da tela para mentir a los mandamases, a los voceros y a sus aliados. A saber: Venezuela es el espejo pulido en el que se mira la Cuba de Díaz-Canel. La diferencia descansa en la teatralidad; entendieron que las corrientes contrahegemónicas (ficciones o no) son más vitales para la perpetuidad del régimen de lo que creían los Castro y esos primeros autócratas. En un plano orwelliano, la elección fraguada, la oposición que no es tal y los dos minutos de odio contra Maduro no son otra cosa que el régimen mudando la piel, haciéndose de una sobrevida. Alguien a quien odiar y alguien a quien seguir. Lo novedoso es que en el caso de Venezuela son la misma porquería.
Es de esperar que Machado y González Urrutia continúen victimizándose porque es la única manera de no despertar sospechas. No se apartarán ni una milésima del guion pueril y utópico que tan bien digiere la prensa internacional y lo repetirán hasta que deje de interesar y de alguna manera hayamos aceptado a regañadientes que Venezuela no saldrá de la tiranía.
Por: Esteban Fernández