¿Por qué no ocurrió (aún) la tercera ola?
Poco tiempo atrás, cuando arreciaba el invierno, los tres jinetes del Apocalipsis sanitario (Vizzotti, Gollan y Kreplak) anunciaban, con pocos matices, que la tercera ola del Covid-19 era inminente y aciaga. Vizzotti decía que debíamos prepararnos porque vendrían meses duros de contagio. Kreplak y Gollan hacían blanco en Larreta por la presencialidad en las escuelas (vaya asunto en el que terminaron dándose vuelta como un panqueque peronista) y de paso infundían todo el terror posible por la cercanía de la variante delta. Esa potencial amenaza le sirvió al gobierno, que con suma facilidad muestra gestos autoritarios, para dejar varados en el extranjero a miles de compatriotas.
Finalmente, y contra el pronóstico siempre fallido del oficialismo, la tercera andanada del virus no llegó según vaticinaban. Es claro que el augurio marrado fue un alivio. También es cierto que de tan vapuleada y aterrorizada que quedó la sociedad, muchos todavía temen el repunte de la peste como un nubarrón que se avecina. Es lógico, aún no se alcanzaron niveles óptimos de vacunación y tampoco pareciera que hubiésemos aprendido las lecciones del pasado (testeo inteligente y aislamiento selectivo). Entonces, qué sucedió a nivel país (y continental) para que la curva descendente de la enfermedad ocurriera antes de lo esperado. La verdad, no disponemos de una respuesta cierta. Esa entelequia que llamamos ciencia carece de una explicación definitiva. Sí existen acercamientos, explicaciones probables.
En el caso de Argentina, la hipótesis es la siguiente: desde que inició la pandemia, más de cinco millones de argentinos cursaron la enfermedad oficialmente. Decimos “oficialmente” porque se estima que la cifra real de pacientes, entre los oficiales y los no computados, asciende hasta cerca de los 20 millones. Esto significa que solo 1 de cada 4 contagios fue cargado al sistema. ¿Cómo ocurrió el desfasaje? El Ejecutivo argentino adoptó la estrategia, para que no se conociera la real dimensión de la transmisión comunitaria (lo cual hubiese tirado por tierra mucho antes la teoría sobre las “bondades” de la cuarentena indiscriminada), de testear poco y mal. Esto hizo que la mayor parte de la masa de infectados quedara fuera del radar. Entre esos millones figura, por ejemplo, el entorno familiar y los contactos estrechos (no testeado) de pacientes positivos, los que tuvieron síntomas leves y no concurrieron a atenderse y los asintomáticos. Siguiendo esta lógica, y a un año y medio del primer caso declarado, no sería una locura si aventurásemos que la mitad del país ya se cruzó con el patógeno. Si a ese porcentaje de argentinos con anticuerpos naturales le incorporamos entre un 20% a un 25% de población inoculada con ambas dosis (julio 2021, cuando la baja en los contagios se volvió tendencia), llegaremos a la conclusión de que, para ese entonces, el coronavirus ya había hecho suficientes estragos como para generar cierta inmunidad, y la vacunación (aunque baja) había protegido a otra porción de la gente.
Andrés Vecino, investigador en sistemas de salud del Departamento de Salud Internacional de la Escuela de Salud Pública John Hopkins (Estados Unidos), asegura: “Creo que hay más o menos consenso en que es posible que la reducción de casos en Sudamérica puede estar relacionada con algún grado de inmunidad de la población. La tasa de contagio en varios países del cono Sur fue alta. Un estudio reciente que hicieron en doce ciudades de Colombia muestra que el 89% de las personas de esas localidades ya contrajeron la enfermedad. Con eso, uno empieza a pensar que es posible que en algunos sitios haya habido niveles de infección tan altos que ya empezamos a ver una reducción de la enfermedad“. Vecino advierte que, dado que la población no es homogénea, este dato no puede interpretarse como que 9 de cada 10 personas que uno encuentre en las calles de esas ciudades ya tuvo Covid-19. “Los individuos se relacionan en grupos. Entonces, es posible que haya grupos de personas que todavía no se infectaron ni se vacunaron. Esos conjuntos de individuos pueden padecer brotes si llega, por ejemplo, una variante altamente transmisible como la mu, como la delta o como la gama (las tres que ya están en Latinoamérica). Por lo que pueden, obviamente, causar un incremento de casos y muertes. Habiendo dicho eso, es muy posible que el nivel de inmunidad adquirido por la infección previa y la acción de las vacunas sean las razones que mejor expliquen por qué estamos viendo menor transmisión hoy“, sentencia el experto para BBC Mundo.
Tal vez, la pregunta que quede por contestar sea por qué el coronavirus arrasó Latinoamérica de la manera en que lo hizo. En el caso de Argentina, la enfermedad (favorecida por un páramo de pobreza masiva y endémica) corrió libre, irrestricta. El gobierno nunca salió a la caza de la peste. No actuó sobre la prevención, sino sobre el cuadro desatado. Y si se llegó a la mentada inmunidad, cosa que todavía está por verse, fue de la manera más cruel: con contagios masivos y 115.000 muertos.
Por: Esteban Fernández