Análisis político: crónica de una grieta que perdió por paliza
¿Podemos asegurar que la grieta siempre existió? Tal vez, la respuesta más ajustada sea que desde que el peronismo es tal siempre hubo antiperonismo. ¿Eso equivale a la grieta? Claramente no.
En los 80, el justicialismo, de la mano de Ítalo Luder, Herminio Iglesias y Ubaldini, arregló con los militares (antes de que abandonaran el poder) que en caso de que la fórmula encabezada por Luder llegara a la presidencia, no habría juicio contra el gobierno de facto. Justo el peronismo, el mismo que había sido proscripto durante casi 20 años, nos regalaba una agachada con todo el ADN del movimiento. Por su parte, el radicalismo, en la figura del padre de la democracia, rechazó ese espurio arreglo con los uniformados y se dio lo que ya es historia. Alfonsín ganó la presidencia y enjuició a las Juntas. Para los que venimos de otro tiempo, ese momento fue un signo diferenciador, un llamado a tomar posición. De qué lado ibas a estar. Del bando de los Montoneros, el ERP, La triple A y el PJ arregla todo, o del lado de aquellos que mejor garantizaban los valores democráticos de la República, y que, casualmente, no pensaban olvidar lo ocurrido durante la dictadura. Para la gran mayoría, fue una decisión sencilla. Traemos ese insigne pedazo de historia porque ni siquiera entonces, con un asunto tan sensible y a flor de piel como la antesala del Juicio a las Juntas, existió una grieta tan escarpada.
Luego, vino la década de menemismo y, tal cual habían amagado en el ’83, se indultó a los genocidas y se dispusieron las leyes de obediencia debida y punto final. Quién otro que el paladín de los injustos podía estar detrás. Sí; el movimiento se había aggiornado, ahora era neoliberal y condonaba a asesinos. Es más, el difunto Kirchner y su esposa también abrazaban esa doctrina. Recibieron las regalías petroleras de Santa Cruz (luego fugadas) y votaron en el Congreso todo aquello que Menem requirió. De la impronta populista, estatista y autócrata ni atisbos. Tampoco se inmutaban por los DDHH. En esos años, el antiperonismo no perdió vigencia, pero de alguna manera cayó bajo el embrujo de la primera parte del 1 a 1. Y aunque no se detectaba la grieta, ya se percibía claramente la ambivalencia, la volubilidad, las dos, tres, cuatro caras del movimiento. Los mismos que antes le habían hecho una docena de paros generales a Alfonsín y trinaban de solo oír la palabra privatización, ahora aplaudían al ritmo de María Julia y el fin de las factorías estatales. No fue una actualización de las bases partidarias, fue la destrucción de ellas, y a ningún peronista pareció importarle demasiado. Prueba de esto fue que el primer impulso hacia una ley de flexibilización laboral, que nunca acabó por ocurrir, fue formulado bajo el mandato del riojano; vaya contradicción basal, o no.
En el 2001, el PJ, encolumnado detrás del duhaldismo propició la caída de un desorientado De la Rúa. Y para evitar la vuelta de Menem, sin saber que el remedio sería muchísimo más fatal que la enfermedad, Duhalde dio su bendición para que Kirchner llegara al poder con el 22% de los votos.
El mandatario que venía del sur necesitaba “construir poder”, legitimar su administración. Fue entonces que abrazó la causa de los DDHH. Derogó las leyes de obediencia debida y punto final (las mismas que el justicialismo de Menem y los que ahora se rasgaban las vestiduras habían aprobado) y reabrió una “nueva” etapa de procesos contra los golpistas. Curiosamente, durante ese reverdecer de las causas de lesa humanidad se dio la desaparición (la primera en democracia) de Jorge Julio López, testigo en el tribunal contra el genocida Miguel Etchecolatz. Corría el 2006, la militancia, las organizaciones de DDHH y el Estado festejaban que los represores habían vuelto al banquillo; pero no propiciaban la seguridad jurídica como para que López no volviese a desaparecer.
Ese paraguas de humanismo le sirvió a Kirchner para ocultar el desfalco más pornográfico de la historia argentina. O dicho en palabras de Leonardo Fariña, condenado por lavado y una de las piezas claves para desentrañar la operatoria de vaciamiento de Lázaro Báez: “Montaron un plan sistemático de vaciamiento de las arcas públicas. Se robaron 120 mil millones de dólares en 12 años”. ¿En qué andaba la grieta? Durante la presidencia del fanático de las cajas fuertes no tuvieron necesidad de apelar a ella. Todavía no se había destapado lo de la vocación de ladrones y el país venía con el viento de cola de los commodities. Tampoco se evidenciaban señales de la cruzada que emprendería luego contra los medios no adictos. Es más, antes de terminar su período de cuatro años, Néstor Kirchner prorrogó las licencias de radio y TV por diez años.
En 2008, a poco de asumida CFK, ocurrió el quiebre de la 125 y “mi voto no es positivo”. La movilización del campo, su pelea contra las retenciones encontró un inesperado eco en la sociedad. El mito urbano dice que el conflicto con el sector más pujante de la economía caló tan profundo en el ánimo de la presidenta (más la amplia difusión en los medios) que hasta amagó con renunciar. Y solo los gritos de Néstor y el llamado a la reflexión de algunos cercanos la convencieron de lo contrario. Con el diario del lunes y conociendo la megalomanía del matrimonio presidencial, dudosamente se hubiesen desprendido del poder.
Al año siguiente, 2009, el expresidente pierde en Provincia las elecciones de medio término contra De Narváez. Ese traspié electoral, sumado a la malquerencia hacia la prensa por la 125 y las causas de corrupción que comenzaban a aflorar: en 2005 el caso Skanska, en 2007 la valija de Antonini Wilson; fueron las piedras fundacionales de lo que, durante las presidencias de la viuda y hasta hoy, conocemos como la grieta. Que no es otra cosa que la invención de un enemigo, el bando antagónico llevado al extremo; un otro (que no es la patria) y que por el solo hecho de cuestionar el orden de cosas que normaliza el kirchnerismo (la corrupción, la mentira contumaz, la afiliación a regímenes autocráticos, el clientelismo, los aprietes a la Justicia y a la prensa y los carpetazos contra opositores) merece toda la aversión del populismo. A no tergiversar, cuando el pingüino mayor comenzó a irradiar hacia sus seguidores la idea de la polarización, lo que buscaba era mover el foco del plan sistemático de vaciamiento del Estado; siempre se trató de eso. De que declarasen el sobreseimiento o la nulidad de los juicios que los desvelan, de torcer lo fáctico y, sobre todo, de instalar la idea de que los Kirchner ya fueron absueltos por una instancia superior. O en las palabras de la oriunda de Tolosa:” Este es un tribunal del lawfare que seguramente tiene la condena escrita. A mí me absolvió la historia. Y a ustedes seguramente los va a condenar la historia. ¿Preguntas? Preguntas tienen que contestar ustedes, no yo”. Así comparecía ante el Tribunal Oral Federal Nro. 2, el que llevaba la causa del Pacto con Irán antes de que, casualmente, fuera sobreseída.
A partir de 2013, los dos últimos años del segundo mandato de la jefa, la grieta se agigantó. Ya con la mayoría de los casos de robo y corrupción al descubierto, y el colmo del falseamiento de las cifras de pobreza, inflación y empleo, la variante kirchnerista del PJ la emprendió contra la oposición, por ser el enemigo declarado, y contra la prensa, por la cobertura de los escándalos (recordemos el estrepitoso fracaso de la ley de medios). Y fue ahí, con Hotesur, Los Sauces, Vialidad y la masacre de Once (la corrupción mata) cuando la división entre argentinos adquirió un nuevo sentido: el lugar, la posición de cara a la grieta se volvió un asunto de moral y ética.
Durante el período de Cambiemos, y pese a que Macri también sacó réditos de la polarización, surgió la postura de la avenida ancha del medio. Un lugar libre de fisuras ideológicas; para algunos, la única vía para zanjar las disputas. Lamentablemente, para ese entonces hizo su aparición el caso de los cuadernos de las coimas (cuándo no) y el abismo entre los que se mostraban permisivos, indulgentes frente al desfalco K, versus los que lo consideraban una inmoralidad delictiva, volvió con más fuerza a la escena. Ganó de nuevo la antinomia, los candidatos que intentaron la opción del centro no obtuvieron mayor respuesta electoral.
Las últimas legislativas arrojaron que la variante k obtuvo a nivel país el 33 % de los sufragios. No quedan dudas de que la porción mayoritaria de la sociedad (con sus respectivos matices) camina por la misma vereda en lo que concierne a la moralidad, el civismo y la igualdad ante ley. En ese sentido, la grieta perdió por paliza.
En algún momento del futuro no tan lejano podremos pensar una Argentina para el legado. Una que no veremos cristalizada, pero habremos ayudado a forjar. Para eso, el brazo largo de la ley deberá ser más largo que nunca. Luego, se le podrá dar entierro a la grieta. Pero si el deceso no llegara a ocurrir, el siguiente mejor escenario será dejarla reducida a su mínima expresión.
A la intrascendencia de los radicalizados y los corruptos.
Por: Esteban Fernández