Análisis Político: el profesor que buscaba respuestas en las novelas de Borges
Debe de ser frustrante (y un golpe fatal al ego) para un presidente como Fernández, que tiene a su inteligencia en alta estima, y se jacta de su (inflado) pasado de docente universitario, convertirse en el hazmerreír racista de la región y de otras latitudes. Al menos así lo reflejó The New York Times: “Con una declaración que fue ampliamente considerada como ofensiva y xenófoba, Fernández consiguió ofender en su país y en toda América Latina, incluso en las naciones más poderosas de la región”. O como tituló El País de España: “Alberto Fernández irrita a todo un continente con una sola frase”. Y así, con más o menos ingenio, con mayor o menor furia, la prensa global se hizo eco del máximo pifie (hasta ahora) del ex jefe de gabinete K.
Por un lado, ofende lo dicho, lo explicitado por el mandatario nominal sobre la ascendencia en México, Brasil y Argentina. Por el otro, demuestra un nivel de improvisación cenital y una preocupante vagancia para, al menos, citar correctamente. No fue Octavio Paz, pudo haber sido Nebbia. Pero finalmente lo dijo él. De seguro, la trascendencia y lo protocolar del encuentro con el jefe de estado español hubiese ameritado un discurso cabal y preparado. Pero en la mente del profesor, que evalúa muy bien las situaciones, el razonamiento debe haber sido: ¿Para qué voy a hacerlo a consciencia si puedo improvisar? Ya sabemos cómo acabó.
A la hora de las disculpas, el segundo Fernández abrió un hilo de Twitter en el que trató de “explicar” el sentido de su aberrante alusión, pero como sabe que no hay explicación para zanjar lo inzanjable, más que apelando a la propia estupidez, intentó una suerte de pedido de perdón. “A nadie quise ofender, de todas formas, quien se haya sentido ofendido o invisibilizado, desde ya mis disculpas”. Decimos intentó (sin éxito) porque al día siguiente, al arrepentimiento expresado, le agregó: “Esa falta de entendimiento (de sus siniestros dichos) es una muestra de decrepitud de la sociedad argentina”. Clásico Alberto: lo que dije ayer, hoy ya no vale nada. De esa madera está hecho el mandatario.
Epílogo: si uno se pone en la piel del hombre que nunca anheló ser presidente, descubrirá que la vergüenza que sintió debe haber sido más abrazadora que el fuego. Al ver nuevamente las imágenes se nota claramente que, justo antes de iniciar el escandaloso derrape, Alberto adopta actitud académica. Mira hacia el costado y eleva la lapicera para apuntalar la magistral payasada. Realmente creía que iba a decir una genialidad, que impartiría conocimientos como en sus esporádicas apariciones universitarias.
Eso es lo más terrible, no haber siquiera sospechado del error en cierne. Tal vez, se deba a la decrepitud de la que tanto habla Fernández (al día siguiente se le escapó un: “Vayan y contágiense”). O quizás, deba leer las novelas de Borges, que solo él atesora, e instruirse para estar a la altura de la investidura.