Análisis: al fin
A pocos días de acabar con el presidente más mendaz desde el regreso de la democracia, vale recordar, a modo de despedida, algunas de sus falacias insignes.
La primera, que valió una airada respuesta pública de Macri, fue cuando Alberto falseó que luego de decretar el aislamiento, social, preventivo y obligatorio, el expresidente lo había llamado para decirle que no estaba de acuerdo con esa decisión y le había aconsejado: “Dejemos a toda la gente en la calle y que se mueran los que tengan que morirse”. Claro, corría agosto 2020 y la insatisfacción general por una cuarentena no inteligente comenzaba a horadar la imagen de Fernández. Las usinas de posverdad del kirchnerismo necesitaban identificar al enemigo público. Fue para ese entonces que el profe acuñó uno de sus pensamientos más estúpidos e inconducentes: “Prefiero tener un 10% más de pobreza que 100 mil muertos”.
El tiempo demostró que la dicotomía entre salud y economía no fue más que un asunto para infundir terror y desviar la atención de la paupérrima estrategia sanitaria. Finalmente, hubo más de 130.000 muertos por el coronavirus 19 y los más necesitados llegaron hasta casi la mitad del país. A propósito de los que podrían haber capeado la enfermedad si hubiesen tenido una vacuna a tiempo, aparece Pfizer: la farmacéutica que ofreció 6 millones de dosis para inicio de 2021, pero fue cajoneada por el Ejecutivo. Enseguida, el kirchnerismo salió a engañar que pretendían quedarse con los recursos naturales del país (palabras de Cecilia Moreau) y Alberto también se hizo eco: “Yo no la quiero comprar porque entre las condiciones iniciales que Pfizer puso, me ponía en una situación muy violenta, de exigencias que comprometían al país en cosas que son muy difíciles de comprometer”. Pfizer no venía por los glaciares ni las cataratas. Simplemente no se adaptaba al esquema de empresarios y laboratorios amigos que proponía Ginés, Máximo, la jefa, el presidente nominal y el resto de la banda.
Para esa misma época de encierro y vacunatorio VIP, se conoció la clandestina de Olivos. La inmediata reacción del jefe de Estado fue negar públicamente que hubiese existido. Cuando a la semana de esa patraña se conocieron fotos y vídeos del cumpleaños de Fabiola, no le quedó otra que desandar la mentira y culpar a la primera dama. Todo un varón.
Un poco más adelante y a raíz de una fecha patria, 9 de julio de 2021, Fernández enhebró uno de los embustes más pornográficos: el Boliviagate. Molesto por no haber podido imponer los “dichos” de Macri sobre la cuarentena. La pareja de Fabiola pidió perdón a Bolivia porque el gobierno de JxC había enviado armas y municiones para derrocar al “valeroso” Evo Morales, que luego de cometer uno de los fraudes electorales más oprobiosos de la historia, terminó rajando de su país como rata por tirante. En menos de 24 horas se supo que el anuncio presidencial había sido una fake news, que la documentación era apócrifa y que el oficialismo había renovado en dos ocasiones la presencia de esas armas y municiones en litigio. El objetivo de ese armamento era preservar la integridad de los miembros de la embajada argentina en tiempos de agitación popular por el fraude en las urnas. Desde las usinas de posverdad trataron de revivir la opereta, pero no hubo eco. Habían ideado un relato de lobotomizados.
La más reciente de sus faltas a la verdad se origina en la necesidad de macanear la herencia que deja; esa que lo proclama como “el peor gobierno desde el regreso de la democracia”. Y para eso, Alberto sembró un manto de dudas sobre uno de sus debes más temidos: el aumento de la pobreza. Durante uno de esos reportajes de despedida, intentó una chantada de explicación para justificar por qué creía que el índice era menor a 40%. Acto seguido, el INDEC y otros organismos salieron a desacreditarlo y mostraron sus porcentuales: 44,7% de argentinos sumidos en carencias graves. Y de no ser por los planes, la cifra treparía a la mitad del país. Otra bola que ni siquiera llegó al estatus de falsa
Dejamos para el epílogo a la joya de la corona. En otra de sus conversaciones del adiós, Fernández insinuó que a él también habían querido matarlo; había visto, unas 4 o 5 veces, una mira telescópica dentro del helicóptero que lo trasladaba de Olivos a La Rosada. Otra vez fue desacreditado por los especialistas. Otra vez, la fábula al descubierto.
Todos estos engaños pintan con crudeza la calidad del presidente que sale. Un individuo que siempre antepuso el interés propio al bien común.
Al fin deja el gobierno. Deja el país vía Iberia hacia el ganado destierro.
Esteban Fernández