Análisis: ¿Cuándo acabará la pandemia?
Hay versiones para todos los gustos. Están las apocalípticas, que hablan de una cepa aniquiladora que volverá inútil a todos los esfuerzos previos. Para este subgénero, la pregunta se contesta sola: la peste no acabará, no mientras existan portadores para colonizar. Por fortuna, estas divulgaciones, bastante extendidas en antros de la web, tienen poco de anclaje realista y mucho de distopía literaria.
Otros, sin el sentimiento aciago de los apocalípticos, concluyen que el virus vino para quedarse. Hay demasiada pobreza enquistada en el planisferio como para combatir al patógeno con efectividad fulminante. Siempre existirá un foco epidemiológico en cierne. Y así, zanjan la disputa. ¿Es posible que un salto impensado lo vuelve más letal? Perdón, fue un resabio del párrafo anterior. En ese mismo grupo, el de los que teorizan sobre la convivencia forzada con la alimaña, hay algunos optimistas que entienden que el Covid-19 finalizará su reinado de horror como un padecimiento estacional, una influenza a la que se vacuna anualmente.
Existe otra facción que apuesta por un descubrimiento, un breakthrough tan radical que cambie la mano del juego. El objetivo último es que el Covid-19 pase a engrosar la lista de olvidados tales como la viruela y la poliomielitis. Pero para llegar a ese momento idílico se requiere el salto. Algunos virólogos (vaya comunidad devaluada luego de la patraña sin evidencia del origen natural) ya teorizan que el “éxito” del coronavirus 19 radica en su adaptabilidad, es capaz de esquivar los grupos protegidos y emprender la cacería de aquellas poblaciones sin anticuerpos. Por eso, países como Chile y Estados Unidos ya comenzaron a vacunar a menores de entre doce a dieciocho años. En el país del Norte, durante el último año, detectaron más de un millón y medio de transmisiones en esa franja etaria. Lo que se busca es cerrarle los accesos al virus.
Ahora bien, ¿cómo haremos para preservar la salud de los que se contagiarán sin tener anticuerpos inyectados? ¿Cómo evitaremos que el círculo se vuelva a reiniciar cada vez con mayor virulencia? La idea es atacar al Covid por dos frentes: el de los fármacos inyectables (las vacunas) y, para los que transitan la enfermedad, una novedosa medicina de ingesta oral. O dicho más coloquial: una pastilla que se toma cuando se detecta al invasor de laboratorio.
Ahí, el salto ganador.
La tasa de mortalidad caerá drásticamente debido a la efectividad del tratamiento, la inmunización global ya habrá extendido su manto y el virus oirá: Jaque.
Pero ¿qué se sabe acerca de esta gragea sanadora? El gigante farmacéutico que arrancó en punta es Pfizer. El director ejecutivo de la compañía, Albert Bourla, comentó públicamente que si el ensayo clínico, actualmente en curso, funciona según los parámetros y regulaciones, y recibe la autorización de la Administración de Alimentos y Medicamentos de EUA, entonces podría ser distribuido en todo el territorio para fines de 2021. Lo que se dice un game changer.
De acuerdo con los estudios, el candidato clínico antiviral oral de Pfizer demostró una potente actividad antiviral contra el SARS-CoV-2 e inhibió la replicación de la enfermedad en el organismo. Y más auspicioso aún, también actuaría contra otros coronavirus, lo cual sugeriría un potencial uso para abordar futuras amenazas (zoonóticas o escapadas del Instituto de Virología de Wuhan).
Varios expertos en salud manifiestan que el medicamento antiviral oral contra la COVID-19 podría modificar el panorama de la pandemia estruendosamente, ya que los pacientes recién infectados podrían utilizarlo fuera de los hospitales. Así, se aliviaría sustancialmente la tensión en los centros de salud, y esto ayudaría a detener la progresión de la peste, como así también su grado de letalidad.
De no mediar contratiempos, el 2022 será el año de las vacunas; la oferta de inyectables se acercará a la demanda global y buena parte del planeta, pese a las nuevas cepas, gozará de una normalidad impensada hacia principios de 2020. Para el tercer mundo, y los stand alone como Argentina, será imprescindible contar con un tratamiento efectivo para cortar la sangría de muertes y la cuarta y quinta ola. En eso, la pastilla milagrosa podría ser la llave a la vida que perdimos.
Ahora, esperemos que para los autócratas, los populistas y los demagogos también lo sea.
Por: Esteban Fernández